La hora de la siesta

de Ángela Ferrari

curaduría de fernanda ramos mena

Febrero 6 – Marzo 18, 2023


Una siempre escribe y pinta algo para contar otra cosa¹. La hora de la siesta de Ángela Ferrari evoca una escena de ensueño y terror. El peligro no está en la noche sino que sucede a toda hora del día, en un momento de descanso. La jabalí –animal ya recurrente en su obra– disfruta de un sueño profundo con su cría. Como si de un pasaje de cuento se tratara, esta pareja de animales descansa mientras está siendo acechada. De entre el follaje, podemos imaginar el sonido sutil de los perros moviéndose, golpeteando sus cuerpos con las hojas y ávidos de atacar. Sus ojos están inyectados de sangre. Se detienen antes del asalto.

La representación de los animales en la obra de Ángela nos recuerda a las pinturas de cacería recurrentes desde la Edad Media en la historia del arte. Esta práctica hipermasculinizada comenzó siendo una forma de entretenimiento para la artistocracia y en ella solían participar sólo hombres. Analizarla desde nuestra actualidad nos permite hacer lecturas diversas: el dominio y opresión de lxs “otrxs”, los cuerpos feminizados, la naturaleza y los animales; así como el relegamiento de las mujeres al ámbito doméstico. Al considerar la cinegética una disciplina deportiva se normaliza la opresión y la violencia hacia otros cuerpos. Por su parte, los perros –siempre de raza pura como los nobles– eran utilizados como armas de ataque, entrenados para cansar y acorralar a sus presas. Este imaginario de poder y colonización suavizado a través de las pinturas de caza y pensado desde nuestra contemporaneidad, nos descoloca.

Algunas imágenes literarias que refieren a la cacería la describen como un cortejo de los caballeros a las damiselas. Una construcción que podríamos interpretar como una forma de amor romántico palpitante de toxicidad. La narrativa es similar a los cuentos de hadas que nos contaban cuando éramos niñxs. La princesa que necesitaba del príncipe dotado de mayor fuerza que la vendría a salvar y vivirían felices para siempre. ¿Pero hasta dónde llegaba ese final? En ambas imágenes se ejerce el vigor de la masculinidad hegemónica y el “deber ser” de lo femenino. Este único punto de vista sigue una narrativa lineal en la que los personajes responden a su propio destino acorde a las normas sociales dominantes.

La hora de la siesta ya no es la imagen trofeo de una hazaña épica ni tampoco la pasividad narrativa en la que todo pareciera estar bajo control. Para ello, Ángela desafía los preceptos pictóricos de la composición en perspectiva. Pinta de adelante para atrás y no sólo eso, sino que lo que sugiere un paisaje campestre, es alterado por una (des)composición de la escena al desafiar el eje de los muros del espacio de exposición. La pintura está intervenida de manera tal que la alegoría a la campiña renacentista que propone la artista es al mismo tiempo un retrato de la maleza de las ciudades contemporáneas. La instalación trasciende el lienzo y se convierte en una puesta en escena en donde la imagen nos absorbe hacia sí y nos vuelve particípes de ella.

En ese sentido, la pintura de Ángela Ferrari nos muestra nuestra propia vulnerabilidad ante el entorno que nos rodea. En este paisaje idílico, la amenaza es múltiple y la calma una fantasía. Lxs jabalíxs y lxs perrxs se nos revela como unx posible nosotrxs. Estamos en un juego de autoficción en el que la arquitectura nos aterriza al espacio doméstico, nuestro supuesto lugar seguro, pero la presencia de la flora citadina rompe la aparente quietud. El punto de vista cambia así, veleidoso, de un momento a otro.

fernanda ramos mena

¹ En el original de María Gainza “Uno escribe algo para contar otra cosa” en “El ciervo de Dreux”, El nervio óptico (Barcelona, Anagrama, cuarta edición 2020), pág. 20


ENG:

One thing is always written and painted to talk about another¹. Angela Ferrari's The Nap Time evokes scenes of dreams and terror. Danger does not wait for nighttime; it lurks at all hours, waiting for a moment of rest. The wild boar –a recurring animal in her work– is deep asleep with its piglet. As if it were a passage from a tale, this pair of animals rest while being stalked. From the foliage, we can imagine the subtle sound of dogs moving, eager to attack. Their eyes are bloodshot. They stop before the assault.

The representation of animals in Angela's work reminds us of hunting paintings so common in art history since the Middle Ages. This hypermasculinized practice began as entertainment for the aristocracy where only men could participate. From our present time, it allows us to make different interpretations: dominance and oppression of “others”, feminized bodies, nature and animals; as well as the relegation of women to the domestic sphere. By considering hunting a sport, oppression and violence towards other bodies is normalized. As for their part, the dogs – always purebred like nobility – were used as attack weapons, trained to tire and corner their prey. This imaginary of power and colonization softened through hunting paintings and thought from our contemporaneity, disconcerts us.

Some literary images that refer to hunting describe it as a courtship of the gentlemen to the damsels. Romantic love throbbing with toxicity. The narrative is similar to fairy tales we were told as children. The princess who needs the strong prince to come save her and to live happily ever after. But how far did that ending go? In both images, the vigor of hegemonic masculinity and the idealization of the feminine are exerted. This unique point of view follows a linear narrative in which the characters respond to their own destiny according to prevailing social norms.

The Nap Time is no longer the trophy image of an epic feat nor the narrative passivity in which everything seems to be under control. Angela challenges the pictorial precepts of perspective composition. She paints from the front to the back and not just that, but what suggests a country landscape is altered by a (dis)composition of the scene by defying the axis of the walls of the exhibition space. The painting is intervened in such a way that the allegory of the Renaissance countryside that the artist proposes is simultaneously a portrait of the undergrowth of contemporary cities. The installation transcends the canvas and becomes a mise-en-scène where the image absorbs us into it, making us part.

In this sense, Angela’s painting shows us our vulnerability to the surrounding environment. In this idyllic landscape, the threat is multiple and calm is a fantasy. The boars and the dogs reveal themselves as possible us. We are in an autofiction in which architecture lands us in the domestic space, our supposed safe place, but the presence of city flora breaks the apparent stillness. The point of view thus changes, fickle, from one moment to the next.

fernanda ramos mena

¹ In the original by María Gainza "One writes something to tell something else" in "Dreux’s Deer", Optic Nerve (Barcelona, Anagrama, fourth edition 2020), p. 20.

Fotografías: Alma Camelia